Por: Henry Córdova Bran
Cuando me enteré de la muerte de Javier Diez Canseco supe
que sufríamos una gran pérdida como país. Muerte parecía una palabra tan
distante de alguien que hizo tanto por la vida de los demás. Algunos de mis
versos favoritos del maestro Gonzáles Prada retornaron a mi mente casi como un
consuelo: “para verme con los muertos/ ya no voy al campo santo/ busco plazas,
no desiertos/ para verme con los muertos” y es que este hombre no podía estar
muerto, no con tantas banderas rojas levantadas hacia el cielo de Lima.
A pesar que su
enfermedad era ya de dominio público desde hace varias semanas, nadie preveía
que la muerte le llegaría así de pronto. Cómo podía morir si desde su
convalecencia todavía lanzaba tiros certeros desde su columna de opinión en el
diario La República en favor de los más elementales derechos laborales. Este
hombre, cuya luz vital se apagaba, daba sus últimos esfuerzos a los
trabajadores con quienes estuvo a su lado desde hace tanto tiempo. Y ahora
parece uno entender que sus últimos artículos eran más que comentarios en torno
al tema laboral, parecen ser más bien tareas dictadas para quienes quedan aquí,
quizás consiente que la vida se le escapaba contra su voluntad.
“La discriminación en
todas sus formas es un cáncer que corroe nuestra sociedad y debe ser erradicada
en todas sus formas y en todo lugar” sentenciaba Diez Canseco en su última
columna publicada el 29 de abril en el diario que fundara Gustavo Mohme Llona. Estaba
claro que lo que el líder del Partido Socialista hacía era dar direcciones
políticas por las cuales enfilar el trabajo de los líderes políticos y sociales
que, como él, consideran que no habrá milagro económico posible ni
celebratorio, mientras las condiciones laborales de millones de trabajadores en
todo el país continúen en estado de injusticia.
Este hombre por
quienes miles se mantenían en vigilia en muchas partes del país y por quien se
habían realizado tantos actos culturales y políticos de solidaridad volvía a
mostrarnos que no había más vida ni acción que lo caracterizara más que su
propia solidaridad con la clase trabajadora y con quienes menos tienen. Como lo
hiciera desde aquellos lejanos años de las década del 70 cuando decidió dejar
la vida tranquila y placentera que le prodigaba su familia por abrazar la causa
del socialismo y asumir la defensa de las mayorías pobres.
Y de pronto, este
hombre vital cierra los ojos para siempre. De pronto, el Perú despierta un día
de domingo con la noticia de que Javier Diez Canseco está muerto, que el cáncer
–otra vez el cáncer- se lo había llevado. Entonces ¿Qué sucede? La noticia se
convierte en hecho histórico y los hechos históricos suelen tocar las fibras
más íntimas de una sociedad que, aparentemente dormida, reacciona. Y así fue
que la muerte de un hombre que no hizo sino ser honesto consigo mismo y con su
propia historia hace que un número significativo de peruanas y peruanos se
vuelquen a gritar que la biografía política de este hombre militante de izquierda
los representa y también sus luchas y sus batallas.
Banderas rojas para Javier
A las 8:00 de la
noche del lunes 05 de mayo las colas que hacen los ciudadanos y ciudadanas para
dar el último adiós al congresista Javier Diez Canseco no se han detenido. La
Casona de San Marcos acoge el féretro del luchador social. El patio de la
casona está rodeado por más de un centenar de coronas y arreglos florales entre
los que puede apreciarse los de sindicatos, asociaciones de campesinos,
estudiantes, personalidades políticas, artísticas y culturales. Cuánto respeto
y admiración consignó la vida de este hombre a quien el Perú, como tantas
veces, no supo valorar en su plena valía.
Sin embargo, algo
produjo su muerte en la conciencia de muchos en el país, partidarios o no de
Diez Canseco, militantes o no de la izquierda. La muerte del líder de Izquierda,
injustamente suspendido del Congreso de
la República, volcó el ánimo del Perú hacia las posiciones que Diez Canseco
representaba. Veamos. Los temas de agenda nacional están llenos de denuncias de
actos de corrupción en especial contra el gobierno de Alan García y las
denuncias por los narcoindultos, la denuncia de empresas foráneas para hacer
ver al gobierno que las condiciones laborales de muchos trabajadores eran
inaceptables y el apresurado comienzo de la carrera electoral. Todos ellos en
los que el parlamentario injuriado siempre tuvo algo lúcido que decir. ¿No era
acaso necesaria la participación de Diez Canseco en la investigación a García?
¿No han sido acaso imprescindibles las batallas de Diez Canseco por los
derechos laborables y la equidad? ¿No es acaso Diez Canseco un actor de primera
línea en los procesos políticos del país?
La mañana del martes
07 amaneció con banderas rojas en la casona de San Marcos. El luto de la
izquierda jamás ha sido negro ni se envuelve en el lamento por el compañero que
parte. Es rojo porque frente al compañero que descansa le sobreviene el
compromiso por levantar sus banderas. Así se mostró Lima y las ciudades del
interior. Como una última muestra de dignidad, Diez Canseco dispuso que no se
le realizara homenajes en el hemiciclo como hubiera correspondido a su
trayectoria. El cortejo llegó a la plaza Bolívar en el exterior del Palacio Legislativo.
Y fueron los miembros del Sindicato de Trabajadores del Congreso quienes le
dieron el primer saludo. Que fuera el sindicato quien rindiera los honores a este
hombre no hace sino dignificarlo. Los trabajadores te agradecían Javier, no la
pompa parlamentaria, ¡Los trabajadores! Tu vida reafirmaba su sentido. Y así
las banderas rojas se movilizaron a la plaza 2 de mayo y a la plaza Bolognesi,
la CGTP y el Partido Socialista, eran esas tus moradas.
Tras las huellas de
este hombre queda una emoción que ha de formar su cauce. La Unidad de la
Izquierda parece ser la tarea. Lo cierto es que en este Perú donde muchas
fuerzas se preparan para tentar el poder, hemos perdido un hombre fundamental,
pero quizás hemos ganado una emoción que tomará cuerpo entre las cenizas de un
líder indiscutible.