Por.
Henry Córdova Bran
No
sorprende la revelación de los negocios entre las empresas vinculadas al
presidente y ODEBRECHT. Lo que preocupa es que hemos llegado a un momento de
desencadenamiento de una crisis estructural de nuestra democracia. Y sin
embargo esta crisis no es actual, nos viene de muchos años atrás. Vista en el
tiempo, la crisis de la democracia que heredamos de los noventa no la superamos,
solo cambiaron los actores y las actrices.
Los documentos mostrados por
la comisión Lava Jato el último miércoles no hacen más que confirmar algo que
sabíamos: que el presidente es un lobista. Lo grave es que el presidente tiene
que responder a un evidente caso de conflicto de intereses cuando era un alto
funcionario del gobierno de Alejandro Toledo.
Lo cierto es que el último
capítulo ODEBRECHT ha desatado una crisis política que pone en el ojo de la
tormenta al propio Presidente Kuczynski y que ha precipitado los pedidos de
renuncia o de vacancia del presidente. En el momento en el que se escribe este
artículo las bancadas en el Congreso de la República se reúnen entre ellas para
decidir cuál será su posición. Mientras el fujimorismo plantea la renuncia, el
Frente Amplio manifiesta que la figura para la salida de esta crisis es la
vacancia del presidente, que Vizcarra asuma la presidencia y que se convoque a
alecciones generales presidenciales y congresales en un plazo inmediato.
Mientras tanto aún están
pendientes las acusaciones constitucionales contra el Fiscal de la Nación y el
Tribunal Constitucional en un intento de acallar las investigaciones por casos
de corrupción a Keiko Fujimori y Alan García.
La
democracia secuestrada
Si bien es cierto la crisis
se hace manifiesta con mayor énfasis cuando el escándalo de la corrupción toca
directamente la figura del Presidente de la República, lo cierto es que la
revelación de los pagos de ODEBRECHT no sorprende. La historia de Pedro Pablo
kuczynski está poblada de vínculos con grandes empresas y negociados que
merecen más de una investigación desde sus años como funcionario del gobierno
de Velasco, en el que tuvo que huir oculto en la maletera de un auto. No
sorprende porque además no es solo Kuczynski, la clase política que nos ha
gobernado y la que nos ha querido gobernar tiene, por lo menos, gruesas
sospechas de vínculos con la corrupción.
El fin del gobierno de
Fujimori debió ser un tiempo de bisagra para la democracia en el país. Hemos
recordado en un artículo anterior que tras la caída del régimen de Fujimori una
comisión en el congreso presidida por el entonces congresista Javier Diez
Canseco investigó los delitos económicos del fujimorismo y encontró que la
corrupción del gobierno se erigía sobre una legislación en materia de
contrataciones del Estado que era necesario cambiar, tal como se indicó en las
recomendaciones del Informe de la Comisión de Diez Canseco. La recomendación
señalaba puntualmente la “Revisión en forma integral por parte del Congreso
Nacional a través de sus Comisiones Ordinarias, de la Legislación y Normas
reglamentarias vigentes referidas a la privatización de empresas públicas en
sus diversas modalidades según el Dec. Leg. 674.
El informe de esta comisión
se presentó el 2002; sin embargo, esto no ocurrió. Ni se cambió la Constitución
fraudulenta de Fujimori, ni se revisaron estas modalidades de contrataciones,
privatizaciones o concesiones que en los 90 favorecieron groseramente a las
grandes empresas y que en muchos casos fueron parte de la corrupción que, según
cálculos de Alfonso Quiroz, le costaba al Perú alrededor de 2mil millones de
dólares anuales.
¿Nos sorprende lo de
Kuczynski? No. Pero si debiera indignarnos, debiera generarnos una sensación de
¡Basta Ya! Sin que eso nos tape la visión de que es una crisis no de un solo
nombre, no solo del presidente, es una crisis estructural que sobrevivió a la
marcha de los cuatro suyos, que sobrevivió al gobierno de transición, y a los
gobiernos de Toledo, de García, Humala y al actual gobierno, el del endeble
ejecutivo de PPK y el del gobierno de facto del Congreso de la República a
manos del fujimorismo.
No sabemos si en las
próximas horas o en los próximos días, se decida la suerte del presidente, si
la presión lo lleve a renunciar o si el parlamento tome la decisión de vacarlo
por incapacidad moral, o si se adelantarán las elecciones. Lo cierto es que cualquiera
de los escenarios nos introduce a una crisis de representatividad. Quizá nunca
más se nos hacen más actuales las palabras de Gonzáles Prada, “En el Perú, en
cualquier lugar donde se pone el dedo sata la pus”, para el caso de esta
crisis, la pus de la corrupción salta en todas direcciones.
¿Estamos listos como país
para asumir y encarar los escenarios que pueden venir? No somos una República
de ciudadanos y ciudadanas con vocación política, pero quizá el descontento y
la indignación nos lleven a repensar el Perú que queremos, partiendo desde el
Perú que no queremos.
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