El Perú es un país de
contradicciones, donde llueve hacia arriba, dónde ganan los que pierden, donde
los sedientos desprecian el agua, la educación desprecia la cultura, la basura
es alimento (nutricional y cultural), los jóvenes pierden la memoria, el
progreso es una mezcla de endeudamiento colectivo, violencia y miseria social.
¡Alegrémonos!, no somos un país raro, somos parte de ese mundo que Galeano dice
que está Patas Arriba.
El Perú es, pues, como dijo
César Hildebrandt, una exquisitez para los sociólogos. Nos hemos convertido en
parte de ese concierto mundial que interpreta la misma partitura que suena mal,
suena a crisis. Es cierto que el Perú es una historia y una suma de procesos contradictorios:
la independencia que debió traernos la República liberal resultó generando una
República de criollos, terratenientes y burguesía incipiente en medio de un
sistema en el que convivieron los rezagos del feudalismo colonial y el
incipiente capitalismo. Años después, la guerra con Chile, que demandaba la
unidad nacional frente al invasor, la clase política se envolvió en una guerra
civil interna y tuvo como pasaje nefasto la cobarde traición del presidente
Prado que huyó a Europa en medio de la crisis. El siglo XX trajo consigo sus
propias contradicciones. Sucesivos gobiernos que enriquecieron al capital
extranjero –y se enriquecieron ellos- en desmedro de las clases populares,
campesinos y obreros; la mitad del siglo nos sorprendió con el “estado de
convivencia” entre el aprismo, Odría y Prado, enemigos políticos en años
anteriores; al final del siglo la búsqueda de la justicia social nos llevó
hacia la destrucción armada y luego impusimos la “paz” con violencia de Estado.
Fujimori fue finalmente, y es quizás aún, nuestra más grande contradicción.
Somos pues una historia de contradicciones.
Imágenes
de la realidad peruana actual
Y así con toda nuestra carga
de contradicciones hemos llegado al siglo XXI. Y aquí tenemos pues, una
democracia sin partidos políticos serios, sin institucionalidad, efervescencia
electoral y adormecimiento participativo en los asuntos de gobierno. El Perú
avanza nos repitieron en señal abierta y en paredes pintadas, lo que no nos
dijeron es hacia dónde.
La realidad nacional nos
enrostra diariamente esta sensación de andar patas arriba. Las fuerzas
populares y sectores de izquierda ganaron una elección en alianza con el
nacionalismo –o el Humalismo, si cabe una definición más rigurosa- y luego de
ganadas las elecciones el Humalismo llevó al gobierno a los sectores que
perdieron la elección y allí están manteniendo un continuismo que fue derrotado
en la propia arena de la democracia liberal: el sufragio. Los que fueron parte
de la alianza son ahora oposición. Parece esto una ficción urdida en el ingenio
exquisito y provocador de Borges.
Los conflictos del gobierno,
no se dan en un enfrentamiento contra quienes quisieron a toda costa impedir el
triunfo electoral de Ollanta Humala: la derecha, el fujimorismo, los medios
masivos de comunicación, la CONFIEP. El gobierno tiene conflictos con quienes
apoyaron su candidatura: sectores rurales, gremios, sindicatos y hasta con
quienes defendieron legalmente en su momento a Humala, es decir, la Defensoría
del Pueblo. Me peleo con quien me acompañó y me junto con quien me quiso
destruir. ¿Tiene lógica verdad?
Y aquí tenemos a dos
políticos que ganaron una elección: Ollanta Humala y Gregorio Santos. Uno es
presidente de la República y el otro presidente regional. Ambos candidatos
prometieron en sus respectivas campañas una cosa: respeto a la voluntad de las
comunidades campesinas y que defenderían el agua frente al riesgo que suponen
las actividades mineras en los ecosistemas de alta montaña. Resulta que ahora
en la opinión pública es premiado quien desdice esa promesa en aras de la “democracia”
y es condenado quien honra una promesa electoral. Más allá de simpatías y
afinidades políticas, el mensaje en el Perú de las patas arriba es que se
premia la palabra no honrada y se condena el cumplimiento de las promesas.
Luego llegan las operaciones
militares en la zona del VRAEM y en una espectacular movilización intervienen
en el poblado rural de Ranrapata a campesinos locales asumiendo que es un
campamento terrorista. El resultado de la operación es una niña muerta y una
madre detenida junto a sus dos hijos –la niña muerta, Zorayda, es su hija
también- Los detenidos son llevados a Lima y los niños son separados de su
madre. El gobierno moviliza a la prensa y la Primera dama, Nadine Heredia,
presenta a los niños como pequeños pioneritos de Sendero Luminoso y a la madre
como terrorista. Luego se sabe que eso no es correcto y que los niños no son
pioneritos y que si hubo un secuestro este lo hizo el Estado. Lo grave del tema
es que no es la primera vez que pasa, en el operativo del mes de julio en el
que se presentaron a 11 niños rescatados tampoco lo eran y sin las luces de la
prensa que cubren los espectaculares rescates, el Estado debe devolver a los
pequeños a sus padres. Aquí se llaman rescatados a quienes están siendo
secuestrados. ¿Quién nos explica esto?
Finalmente en este país los
jóvenes no son quienes más lucidamente hacen memoria histórica de su país. Aquí
muchos jóvenes que quieren ver cambios en la sociedad creen que Sendero
Luminoso no ocasionó el mayor derramamiento de sangre a fines del siglo pasado,
y se suman al MOVADEF a defender lo indefendible, y del otro lado de la arena
política los jóvenes de clase alta no saben que en el Perú la derecha, sus
padres, abuelos y tatarabuelos, provocaron que este caldo de cultivo que fue
Sendero Luminoso se encendiera. La juventud no tiene memoria ni historia pues,
eso es para viejos. Vaya contradicción.
¿Será que en el Perú las
cosas funcionan al revés? O será que simplemente debemos cerrar los ojos y repetir
la letra de aquella canción de Fito y Los Fitipaldis “será que el mundo está al
revés o seré yo el que está cabeza abajo”