Hace
exactamente un año el Perú volvía a ser una posibilidad, volvía a ser una
promesa, pero esta vez era una promesa con olor a multitud, con olor a triunfo
popular, los de abajo –con el apoyo en la recta final de cierta derecha
contraria al fujimorismo- habían vencido en elecciones a los políticos y las
propuestas del continuismo, patrocinados por la gran prensa y el poder
económico. Pero la euforia no ha tardado mucho en revertirse.
Pareciera que el Perú
estuviera destinado a ser siempre una promesa incumplida. Hace 191 años nos
prometieron, con la independencia, una República y no tuvimos sino la
continuidad aristocrática y maquillada del poder colonial, de la vida colonial
sin Rey de España que se ufane de sus dominios. Porque los dominios ya no eran
del Rey pero si fueron de quienes amaron la colonia y sus beneficios. Pero el
Perú no ha sido solo una promesa incumplida durante todos estos años; ha sido
también una posibilidad perdida: la posibilidad del guano y del salitre, del
petróleo, del caucho, de la pesca y ahora de la minería, que no sirvieron para
que los millones de peruanos y peruanas pobres vivan dignamente, sino para que
sus comunidades sean explotadas y arrasadas y para que la burguesía peruana se
enriquezca y se enriquezcan también las grandes empresas, inglesas primero
y norteamericanas y transnacionales
después, que tuvieron en el Perú, ellos sí, su promesa y su posibilidad
cumplidas.
Así las cosas la
historia del Perú es repetida. Si los novelistas y poetas peruanos de inicios
del siglo XX hasta ahora tuvieran que volver a escribir sobre el Perú,
escribirían lo mismo. ¿Acaso no pasó en Rancas, escenario de la novela de
Manuel Scorza, lo mismo que pasó en Bagua, Huancabamba o en Cajamarca? ¿no sigue siendo nuestra patria ese Mundo
Ancho y Ajeno que Ciro Alegría denunció? ¿no sigue siendo la población indígena
vista como ajena y lejana a pesar de que José María Arguedas nos mostró su
inmensa riqueza creativa y peruana? Muchos años antes que Scorza, Alegría o
Arguedas escribieran sobre el Perú, ya Manuel González Prada había resumido la
vida política nacional en esto: “porque desde el instante que nacimos a la vida
republicana, toda la política nacional se reduce a un juego de balancín donde
evolucionan dos payasos: el ascendido a lo más alto proclama el statu quo, el descendido a lo más bajo
predica el movimiento”. Pero la gran tragedia moderna en este Perú “moderno” es
que han logrado que nuestras generaciones desprecien nuestra literatura y al
despreciar nuestra literatura hemos enterrado nuestra historia real. Somos un
país sin historia, sin memoria colectiva.
La Gran Transformación y la historia del
espiral
Dicen los
historiadores que los hechos no se repiten, pero se asemejan en diferentes
etapas del tiempo. De allí la importancia de conocer la historia, para que los
hechos nefastos no se repitan. Pero en el Perú los hechos nefastos se repiten
con una continuidad asombrosa. Basta leer lo que Manuel González Prada escribía
sobre el entonces presidente Piérola o lo que Mariátegui escribía, algunos años
después, sobre Leguía. Sorprende que pudiéramos decir exactamente lo mismo,
desgraciadamente, ahora sobre Ollanta Humala. Sobre Piérola el maestro González
Prada decía lo siguiente: “Lo nuevo se construye con lo nuevo; y el gobernante
que para modificar a un pueblo se vale de instituciones añejas y leyes
retrógradas se parece al arquitecto que se vanagloria de levantar una casa
nueva cuando toma un viejo caserón y le remienda con adobes mochados, maderas
apolilladas y hierros enmohecidos”. A su vez el Amauta José Carlos Mariáegui se
refirió así a Leguía y la promesa de la Patria Nueva “No hay un solo hombre
nuevo en el alto grupo del gobierno. No hay ni una inteligencia joven ni una
arrogancia primaveral. Tampoco hay ímpetus de renovación. Se amalgaman allí los
nombres de fatales horas pretéritas. Hombres que no pudieron mantenerse a flote en los vaivenes de la política
de acomodos, transacciones y vergüenzas que ha llenado las tres últimas décadas
de nuestra historia republicana”.
Este primer año del
gobierno del Presidente Humala nos deja ese sabor amargo de lo viejo, de la
continuidad. Señor Presidente, no es posible la Gran Transformación del Perú si
mantiene en el Estado a los políticos y funcionarios que no querrán nunca que
este país deje de ser una colonia. No sea usted Piérola ni Leguía. Su Ministro
de Economía desprecia a la gente que confió en usted, que votó por usted, su
gabinete –renovado los últimos días- no deja de ser parte de esa clase política
que no quería que usted ganara y usted
ha caído en ese juego. Pareciera que hubiera temor en que la derecha
peruana hiciera con el gobierno lo que otras derechas en América Latina han
hecho o han intentado hacer en otros países: los golpes de estado a Zelaya y a
Fernando Lugo y los intentos de golpe en Venezuela o Ecuador. Y es verdad, la
ultra derecha peruana es capaz de eso y mucho más. Pero vender la promesa de la
Gran Transformación a la tranquilidad que le ofrece la derecha no era el mejor
camino, ha sido el peor de todos los caminos posibles. Los muertos del primer
año de su gobierno así lo gritan.
Hace un año, decíamos
al iniciar esta nota, el ambiente político era totalmente distinto. Miles de
jóvenes en Piura –entre los que me cuento- y millones de jóvenes en el Perú,
ciudadanos (as) artistas e intelectuales se sumaron a la promesa de la Gran Transformación. Esta nota no está
escrita para que la lea el presidente o los funcionarios del gobierno, está
escrita para esos millones de jóvenes que tuvieron el fervor ciudadano y
político honesto de querer cambiar la historia, de pensar que es posible
encaminar el Perú hacia una nueva República a puertas del bicentenario. Hace
algunos años Carlos Monsiváis, ese genial cronista mexicano, dijo en la feria
del libro de Trujillo que frente al bicentenario era imprescindible para
nuestros pueblos recuperar las palabras de nuestros grandes pensadores y
escritores. Y allí nos esperan en sus tumbas de páginas para vivir de nuevo.
Al publicarse esta
nota ya el presidente habrá pronunciado su discurso cuyo análisis haremos en la
siguiente edición. A raíz de los últimos acontecimientos no es posible decir
“Feliz día de la Patria” y dar palmaditas en la espalda. Desgraciadamente solo
me vienen a la mente unos versos de Manuel Scorza “A mí no me vengan con la
patria espuma./ La patria hiede,/ desgraciadamente la patria vomita buitres./
¡A mí no me digan: “hay visitas”!/ ¿Hasta cuando la patria/ será el muro donde
orinan los gendarmes?/ Ay, ¿hasta cuándo serás la ramera/ con la que sólo se
acuestan los borrachos?”.
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