Por: Henry Córdova
Bran
Hace algunas semanas,
Mario Vargas Llosa escribió una columna a la que tituló “País Imprevisible”, en
referencia al Perú. La razón de ese calificativo del Nobel era la diferencia
que había entre la percepción de país exitoso que se tiene del Perú en el
extranjero y la convulsión social que se vive en el Perú. Por el contrario
creemos que el Perú es un país bastante previsible.
Vargas Llosa acude a
una conferencia económica dedicada a América Latina organizada por el City Bank
en Estados Unidos. En ella, el Nobel escucha con agrado que alrededor de 300
personas entre empresarios, banqueros y analistas ven con buenos ojos al Perú
“La verdad es que nunca, desde que tengo memoria, la imagen de mi país ha sido
tan positiva en el resto del mundo.” Dice el Nobel emocionado y atribuye esta
buena opinión al funcionamiento de la democracia desde la caída de Fujimori, a
la operatividad de las instituciones sin mayores trabas, al crecimiento de la
economía, la reducción de la pobreza y la catalogación como destino atractivo
para la inversión extranjera.
Luego Vargas Llosa
afirma que esta percepción contrasta con lo que se vive al interior del país y
trata de explicarse “semejante incongruencia entre la imagen externa y la
interna del país”. El Nobel prefiere afirmar que el Perú es el que ven desde
afuera y que goza de un “consenso nacional” mientras que el otro Perú es uno
que se intenta quebrar por “grupúsculos insignificantes”. Esta incongruencia
hace del Perú un país imprevisible para Vargas Llosa; sin embargo hace mucho
tiempo que el Perú es un país previsible, hace tiempo que el Perú visto de
afuera es una construcción del Marketing, somos una marca pues, y es un cuento
del país que está a punto de entrar a la OCDE. Visto por dentro, el Perú es
previsible. El Perú pasó por el siglo XX e ingresó al XXI sin resolver su
promesa peruana pendiente y por eso no nos extraña que los males por los que
nos matamos hoy sean los mismos por los que nos matamos hace décadas. Somos
pues, repetitivos, previsibles en suma.
El Perú desde adentro
Dice Vargas Llosa que
nuestra democracia funciona. Debe referirse a aquella que nos obliga ir cada 5 años a elegir un presidente y
algunos congresistas. Aquella en la que uno vota por un candidato que prometió
un programa que aplicaría al ser gobierno, en caso la mayoría así lo decida.
Esa que hizo que alrededor del 80% en todo el sur votara por Humala en el 2011
por la promesa de la gran transformación. ¿Qué importa que luego el candidato
convertido en presidente gobierne con el programa de los que perdieron –porque
todos los demás tenían el mismo programa de continuidad- y traicione a sus
votantes? La democracia es elección libre. Nuestra democracia se ha vuelto
previsible desde el 2000 tras la caída de Fujimori; es decir, votamos en
mayoría por un cambio, por un modelo económico contrario al neoliberalismo, el
ganador traiciona la palabra empeñada en campaña y la CONFIEP marca la pauta,
todo sigue igual. No señor Vargas Llosa, esa democracia no funciona, crea una
ola de indignación que crece cada vez más, porque la palabra en el Perú debe
dejar de ser la mentira hecha para el mitin. La democracia no puede estar
representada por un señor que va a Islay como candidato y promete respetar la decisión
de los pobladores y como presidente busca imponer un proyecto minero a sangre y
fuego y ni siquiera se atreve a dar la cara a esa población que lo eligió. Si
esa es la democracia que funciona yo aquí me bajo.
Desgraciadamente en
el Perú los conflictos sociales son previsibles y las vidas que se pierden en
ellas también. Es el drama mayúsculo de toda nuestra historia republicana.
Siempre es por lo mismo y siempre los mismos actores. Basta leer las novelas de
Arguedas, de Scorza, de Ciro Alegría, Basta echar una mirada a los textos de
Gonzáles Prada, de Mariátegui, de Basadre. Nos repetimos con un parecido que
espanta. Nos repetimos en Rancas, en Bagua, en Islay. Siempre lo mismo, una
transnacional invirtiendo para explotar un territorio habitado por comunidades,
ciudadanos contrarios a esa explotación y un Gobierno que toma partido por la
empresa. Humala parece el Subprefecto Llerena de Todas Las Sangres, la tan
actual novela de Arguedas, La Southern es la Wizther Bozart, y allí están las
fuerzas del orden a sueldo por las empresas enviadas a reprimir a quienes se
opongan, y allí están los campesinos muertos, los Rendón Wilka que se levantan
y mueren, los obreros en huelga, los estudiantes golpeados. Amamos la
repetición, la derecha económica en el Perú cree que somos una industria
cinematográfica en la que sólo se permiten los remakes. Y eso también cansa,
también genera indignación señor Vargas Llosa y no de “grupúsculos
insignificantes” como usted los llama, sino del Perú que usted dejó de ver hace
tantas décadas. Pero hasta eso en usted era previsible.
Cómo no vamos a ser
un país previsible si la defensoría del Pueblo nos dice a cada rato que
alrededor del 70% de conflictos que tiene el Perú es de origen socioambiental y
hasta ahora somos incapaces de tener una Ley de Ordenamiento Territorial que
nos diga que podemos hacer y dónde. Esta ley hace tiempo que está bloqueada por
intereses que presionan al interior del Congreso de la República. En el
Congreso somos previsibles hasta el aburrimiento, las leyes se aprueban o no se
aprueban, no teniendo en cuenta los derechos de las mayorías, sino la ganancia
de quienes hacen los grandes negocios. Y allí descansan encarpetados los
reglamentos de ley como el de alimentación saludable que confronta la salud pública
con la industria de alimentos.
Somos un país
previsible señor Vargas Llosa. Y lo somos porque los dueños del Perú son los
mismos que manejaban el libreto de país exportador de materias primas y
esperamos a que nos llegue una ola de buenos precios por el guano, por el
caucho o los minerales, y lo somos porque cuando la ola llega allí están los
políticos de siempre, los mismos apellidos, los felipillos que se reencarnan y
traicionan.
Pero quizás al final
llegue a tener razón y la ola de indignación haga lo imprevisible en el Perú.
Que surja una fuerza de cambio que combine hartazgo con jóvenes inteligencias,
porque el Perú necesita el concurso de hombres y mujeres notables para
conseguir lo que no está previsto para el 2016.
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