Por: Henry Córdova Bran
Hace una semana,
aproximadamente, estudiantes de la escuela de Comunicación de la Universidad
Nacional de Piura, me invitaron a compartir una charla sobre “Nuevos horizontes
del periodismo, hacia una crítica decolonial”, me parece importante que desde
la universidad se discutan temas como éstos, muchas veces ausentes en los
cursos y planes de estudio, por eso, comparto algunas reflexiones de lo que compartí aquel día.
Al
iniciar la presentación del tema les repartimos a los estudiantes una imagen en
la que teníamos a cuatro personajes como un ejercicio de reconocimiento. Los
estudiantes no tuvieron inconvenientes para reconocer a Alan García y Mercedes
Aráoz, pero sí para reconocer a las otras personas de la imagen. Se trataba de
dos líderes indígenas, Santiago Manuin, uno de los Apus más respetados de la
nación Awajun y Wrayz Pérez, Pamuk de la nación Wampis; dos naciones que
estuvieron presentes en los hechos de la curva del diablo el 5 de junio del año
2009, durante el gobierno de García y en el que Aráoz era ministra de Estado. Solo
escudriñar en esa imagen y todo lo que existe a su alrededor como significado y
como repercusión para la vida del Perú en los últimos 9 años y medio casi,
desde los hechos del mal llamado “Baguazo”, daría para abordar largamente el
tema que nos convocaba.
Mientras
preparaba la charla, recordé también a Carlos Monsiváis, aquel gran periodista
y cronista mexicano que en enero del 2009 diera en Trujillo una conferencia
sobre “Los bicentenarios de América Latina”. Recuerdo que Monsiváis decía que para entender y hablar
sobre los bicentenarios había que conocer, leer, y estudiar a los hombres y
mujeres que pensaron nuestra América, nuestros países; pero también conocer a
las personas y a los pueblos, sus territorios y esas conexiones sagradas que
tienen con la tierra, y hablaba precisamente de las comunidades, campesinas e
indígenas, de los que sufrieron y siguen sufriendo el despojo, siglo tras
siglo. Monsiváis me enseñó que para ser un periodista en América Latina no
basta con estudiar la teoría y la técnica de las comunicaciones, por lo menos
no solo aquella teoría y técnica que nos enseñan en nuestras escuelas y
facultades; para ser un periodista en América Latina es necesario entender
cabalmente la historia pasada y presente, de su todavía no acabado coloniaje.
América Latina no podrá ser una realidad mientras las características de los
colonialismos o de los neo colonialismos se mantengan.
Quizá alguien diga, “no es rol del
periodismo, porque su rol solo es contar los hechos de manera objetiva” y yo
creo que eso, que aparentemente debiera ser una verdad máxima para nuestra
profesión, tiene algunos puntos discutibles. En primer lugar, porque la
comunicación es desde siempre un vehículo de dominación. Quien controla la
palabra, tiene ventaja sobre quien no la controla, y cada vez más desde que nos
convertimos en una sociedad “imagocrática”,
quien controla la imagen, tiene ventaja. Vuelvo al ejercicio de la imagen
inicial y podemos reflexionar sobre el rol del periodismo en el momento en que
un señor, presidente él, podía decir en todos los medios de comunicación que un
grupo de peruanos no eran ciudadanos de primera clase o los llamaba perros del
hortelano desde su posición de poder y con la ventaja de tener más de un medio
de comunicación a disposición. ¿Cuántas peruanas y peruanos podíamos escuchar
con la misma oportunidad de difusión, las razones de Santiago Manuin? Tal vez
alguno solo recuerde el nombre porque lo escuchó que fue uno de los indígenas
que declararon muerto y que apareció luego en el hospital de Chiclayo con 8
balas en el cuerpo. Afortunadamente, estaba vivo. ¿Algún periodista se interesó
realmente por conocer quién es Santiago Manuin?, ¿dónde y cómo vive y porqué
llevaba casi 51 días exigiéndole al gobierno la derogatoria de unos decretos
supremos? Me refiero, evidentemente, a ir más allá de los hechos, y eso implica
decolonizar nuestro propio esquema de
pensamientos, de prejuicios y de ideas sobre lo que somos.
La crítica decolonial está ligada al
desarrollo como paradigma originada al finalizar la Segunda Guerra Mundial, por
entonces y en plena guerra fría, hubo mucho interés por imponer un discurso
hegemónico desarrollista. Manuel Chaparro, uno de los principales teóricos de
la crítica decolonial argumenta en su libro “Claves para repensar los medios y
el mundo que habitamos. La distopía del desarrollo” que este discurso
hegemónico es una maniobra estratégica creada por occidente para “conquistar el
mundo desde el control del comercio internacional” parece una especie de idea
conspirativa jalada de los pelos, pero no lo es tanto si uno mira de cerca cómo
se ha conducido la economía mundial en los últimos 60 o 70 años, recomiendo
leer para ello a economistas como Samir Amin, Vivian Forrester o al mismo
premio nobel de economía Joseph Stiglitz, o pensadores como Noam Chomsky o
Eduardo Galeano.
Bueno, este
discurso hegemónico desarrollista nos impuso términos como “tercer mundo” o
“subdesarrollo”, entonces si estás al sur del orbe o en el oriente eres del
tercer mundo o eres un subdesarrollado, lo que significa que el paradigma del
desarrollo y del primer mundo es del norte y occidental. No hay más y es
increíble. Para América Latina, particularmente, es interesante que sea uno de
los territorios desde donde se vienen impulsando los argumentos de la crítica
decolonial desde los antecedentes de los aportes de la pedagogía de Paulo
Freire en los años 60 y 70.
¿Cómo se vincula esta teoría crítica
decolonial con el periodismo en nuestros días? Esta vinculación ha estado desde
siempre; desde los orígenes mismos de nuestra República. Sería interesante dar
una mirada a cuál era la relación existente entre nuestros primeros medios de
prensa y el proceso de la Independencia que culminó precisamente con el periodo
colonial de la Metrópoli española. Para que se entienda la importancia que le
da el colonialismo a la necesidad de afianzar el discurso único entre las
poblaciones colonizadas, recordemos como tras la derrota de la gran Rebelión de
Tupac Amaru y muertos él, su familia, sus sucesores y los rebeldes Kataristas
aymaras del altiplano; una de las primeras medidas del visitador Areche fue
buscar la supresión del idioma quechua y de todo rastro y memoria del pasado
Inca de la mente y del alma de los indígenas. Cosa que, pese a la dureza de la
medida, no pudo conseguir.
El último período de nuestra prensa
es, sin riesgo a equivocarme, uno de los más desalentadores. Hay saltos
considerables desde la sociedad amantes del país y el Mercurio Peruano, hasta
la época de Amauta y el gran periodismo de inicios del siglo XX. ¿cómo hemos
llegado a estos tiempos de la Gran concentración de medios? ¿Nuestros medios
están más o menos influenciados -vale decir colonizados- de lo que estaban
Hipólito Unanue y compañía, o Gonzáles Prada y Mariátegui, por agentes
extranjeros sobre todo del gran capital?
El Perú se acerca al Bicentenario,
pero se acerca también cada vez más a un conocimiento más profundo de su
naturaleza. Tras su independencia la sociedad criolla dominó la República,
pasaron casi 100 años para que Prada y Mariátegui pusieran en la discusión
nacional el problema indígena; aún tendríamos que esperar unas décadas más para
que José María Arguedas nos mostrara el alma del indio kechwa y Aymara; y
recién alrededor de los años 70 César Calvo nos introducía al espíritu de la
Amazonía con sus “Tres mitades de Ino Moxo”. Pero hace falta mucho más para
entender cabalmente el país que somos. Desde lo que nos toca, ver los hechos
desde una crítica decolonial significará un avance.