Por: Henry Córdova Bran
Hace algunas semanas
empecé a preparar un libro sobre la Independencia del Perú y la participación
de la prensa en medio de ese proceso. El período de la Emancipación se entiende
como una serie de hechos iniciados en 1780 con la rebelión de Túpac Amaru II y
culmina con la capitulación de Ayacucho en 1824. Durante esos cuarenta y cuatro
años se vivió un permanente estado de tensión política entre sectores sociales
que se debatían entre los fidelistas, fieles a la autoridad de la monarquía;
los reformistas, que bajo el principio de “viva el rey, muera el mal gobierno”
buscaban, sin desconocer la autoridad del rey, mejores condiciones para los
ciudadanos americanos frente a los privilegios de los funcionarios españoles y
las injusticias de los chapetones; y los rupturistas, que buscaban abiertamente
la separación de la monarquía y promovían las ideas independentistas. Tras la
gran rebelión de Túpac Amaru, contemporánea a la liderada por Tomás Catari en
la actual Bolivia, se sucedieron en el siglo XIX rebeliones como Zela en Tacna en
1811, la de Huánuco de 1812, la de los hermanos Angulo en Cusco de 1814, entre
otras acciones y conspiraciones.
En medio de este acercamiento
personal de este estudio particular, asistimos a la crisis actual de la política
en nuestro país. No puedo evitar, por eso, pensar que a puertas del bicentenario
de la República se hace necesario profundizar las reflexiones sobre el Perú que
tenemos y el Perú que queremos.
Hay una sensación de
asco en la sociedad peruana por los actos de corrupción y porque, a donde
quiera que uno vea, solo ve el pus que denunciara Gonzáles Prada hace casi cien
años. Asco e indignación hoy por los políticos de prebenda, como indignación se
sentía en los tiempos finales del virreinato por los excesos de los funcionarios
y la mala administración; indignación por los dirigentes políticos que hemos
tenido, sobre todo a lo largo de los últimos 17 años de aparente democracia, “Que
se vayan todos” exige más del 50% de la sociedad peruana, en ese “todos” entran
el gobierno y el parlamento, tan resistidos y rechazados hoy como los “chapetones”
de la época del virrey Abascal.
Casi trescientos años de
colonia terminaron por volver insostenible un Estado monárquico que se debatía
en su propia crisis en la lejana península. Hoy ya no es rara la afirmación de
que tuvimos una independencia inconclusa, una República inacabada, la vieja
frase de Vasconcelos “los indios hicieron la conquista, los españoles la independencia”
ponía el acento en el hecho de que las guerras de independencia fueron
capituladas por criollos de cada una las nacientes repúblicas, muchos de ellos
incluso habían sido fidelistas o reformistas en los años previos a la llegada
de San Martín y Bolívar, y terminaron ocupando cargos de dirección como Torre Tagle,
Unanue, entre otros.
La herencia de nuestro
Estado actual viene de esas raíces. Sin embargo, la marcha de la historia nunca
es inmóvil. En doscientos años hemos arribado, sin concluirla, a una comprensión
más cabal de lo peruano, de lo criollo, de lo andino, de lo amazónico; y ese
conocimiento acumulado debería llevarnos a una idea sobre el Perú distinta a la
que hoy domina y que ha generado la podredumbre que desde hace décadas nos
estalla en la cara, cada vez con más infamia, con más mugre y descaro.
La crisis y la salida constitucional
El desenlace de este
capítulo de la crisis política del Perú de los últimos años parece cerrarse con
la renuncia -aplazada casi sin sentido- de Kuczynski el último miércoles, y que
seguramente el Congreso de la República aceptará hoy en su sesión del pleno
programada para la tarde. Desde que se hizo pública la renuncia de PPK, victimizándose
y sin admitir culpa alguna, empezó el desfile de posiciones, comentarios, sobre
“¿y ahora qué?”. La clase política, los principales periodistas y líderes de opinión
apelan, como no podía ser de otro modo, a la salida constitucional de la crisis
y afirman que es una crisis presidencial, que debe resolverse con la toma de
mando de Martín Vizcarra, un pacto político con las principales fuerzas de
representación nacional (es decir las que están representadas en el Congreso) y
que se le de viabilidad al gobierno para que culmine el período hasta el 2021.
Otros, que prestan
tímidamente oídos a la exigencia de la gente “que se vayan todos” imaginan la
ruta constitucional de esa exigencia: solo si Vizcarra y Aráoz se negaran a
asumir la presidencia y el actual presidente del Congreso, es decir el
impresentable señor Galarreta, antes feroz crítico del fujimorismo convertido
ahora en escudero casi favorito de la cuestionada señora Fujimori; solo así se
podría convocar a nuevas elecciones para el ejecutivo y para el parlamento. El coro
común levanta la voz en favor de una salida democrática a la crisis en aras de
la reactivación económica, de no detener y reimpulsar nuestro crecimiento marca
Perú. En lo personal, hay más de una interrogante que asalta en estas
posiciones.
Apelando al sano derecho del delirio
Ya no se puede afirmar
que esta sea solo una crisis presidencial. Es una crisis de Estado. ¿qué
demuestran los kenji o Keiko vídeos sino la existencia de un Estado de
prebendas? ¿sorprende en algo? ¿no se sabía acaso que, en los ministerios,
sobre todo en el de Vivienda y Construcción y en el MEF se concentran la mayor
parte de funcionarios que corrompen y deciden casi a discreción las obras
públicas? ¿no es para eso que los alcaldes y gobernadores regionales desfilan
en los ministerios con sus expedientes bajo el brazo, mientras ven como, los
buenos con impotencia, los corruptos con simpatía, son abordados por
tramitadores que no tienen otro lenguaje que el “diezmo”? ¿No fue para eso que
se echó por la borda la descentralización en el gobierno de García? se va PPK
pero queda todo el aparato del todopoderoso MEF para continuar la faena, se
sentará en palacio Vizcarra ¿para gobernar con este Estado, con este parlamento
que hiede a fujimorismo extendido? ¿Convocar a elecciones con un sistema
electoral tramposo y que no será reformado por este Congreso y en el que
participaría el mismo elenco cuestionado con un sistema de partidos caduco?
Eduardo Galeano nos
enseñó a hacer ejercicio del “derecho al delirio” y quiero permitirme esa
licencia: No merecemos acaso una segunda República, pensar que, de la reserva
moral de las multitudes indignadas, liderada por la efervescencia creadora de
la juventud, se niegue toda continuidad del lastre y de la infamia, para que el
“que se vayan todos” sea el premio a la dignidad de los “nadies” y no una
salida constitucional amparada en una constitución parida en una dictadura. Cansados
de resignarnos a elegir el “mal menor” y frente a la descomposición del sistema
de partidos, organicemos un período de transición a esa segunda República en el
cual se convoque a una “Junta de Notables”, peruanistas, sociólogos, antropólogos,
historiadores, economistas, juristas, a
los que deberían sumarse representantes de los diferentes pueblos que conforman
el carácter plurinacional de nuestra patria, cuyos aportes de conocimiento
milenario necesitamos tanto; esto claramente significaría que la presidencia de
la República queda “suspendida en su ejercicio” y el Congreso de la República “se
declara en receso” cómo ya se hizo en 1823, no para darle plenos poderes a un
Bolívar, como sucedió entonces, sino a esta junta de notables. Nos serviría
esta transición para reformar el sistema educativo, el sistema de Justicia,
sacar la basura de la televisión y democratizar los medios de comunicación.
Dirán los Abascal de nuestro tiempo, es decir, los Salaverry y compañía,
vestidos de demócratas en defensa de la institucionalidad, que eso no es
posible y el Perú dirá que sí lo es.
En fin, el ejercicio de
este derecho sea acaso y finamente la invitación a nuevos delirios que se
puedan debatir en los más amplios y variados espacios como sean posibles,
buscando un Perú que, definitivamente, no es este.
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